La Migración que recorre nuestras venas y se conecta con el corazón

Los venezolanos tenemos historias de migración que han dejado huellas en nuestra sangre o en el corazón. Muchos, millones, somos hijos o nietos de migrantes que se arraigaron en Venezuela desde mediados del siglo XX procedentes de Europa, Asia, América Latina.

Como mi madre, que arribó cuando tenía seis años al puerto de La Guaira después de un viaje de más de tres meses en barco desde Shangai, donde nació. Su madre rusa, mi abuela, huyó de la revolución china con sus cuatro niños pequeños a un destino del que no sabía ni dónde ubicar en un mapa. Luego les iré contando por qué una rusa con hijos chinos vino a parar aquí.

Historias como ésta circulan en nuestros genes.

Otros venezolanos, también millones que quizás no tengan una herencia de movilidad de una cultura a otra en sus venas, sí han sentido taquicardia cuando deciden migrar o cuando un familiar o un afecto se marcha lejos. Quién de nosotros no ha vivido en estos años recientes la despedida de algún mejor amigo o amiga, de una prima muy querida, de una hija, de un padre, de un estudiante, de una colega.

Estas historias también nos duelen en el corazón.

Hasta hace unos años, las anécdotas que se compartían sobre las travesías de nuestros padres o abuelos para instalarse en tierra venezolana eran habituales en sobremesas con acento español, italiano, portugués, chino, ruso, argentino, chileno, libanés. Y muchas de esas historias se documentaron en la prensa, en el cine, en libros.

Pero desde hace poco más de una década, a esos relatos familiares de periplos e integración, se suma una nueva narrativa que todavía nos cuesta asimilar, y narrar: la de quienes tomaron la decisión de migrar porque, por varias razones, ya no podían seguir viviendo en este país.

Van casi 7 millones de refugiados y migrantes venezolanos regados por el mundo (6.805.209 para ser precisos, según el reporte de agosto 2022 de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela R4V). Y de ellos, cerca de 6 millones están en América Latina y el caribe (5.745.664).

Así que imagínense el tamaño del desafío que tenemos desde el periodismo para dejar memoria de esto que nos ha marcado para siempre como sociedad no sólo en Venezuela, sino en cada uno de los lugares donde millones han migrado.

Sumar nuevos capítulos a las primeras referencias de nuestros ancestros con las que muchos crecimos supone un reto y un compromiso enorme. Sobre todo, si buscamos contar una historia honesta, respetuosa, sin filtros ni maquillaje ni etiquetas, que retrate las escenas tal cual suceden, que explique el contexto y exponga si se vulneran sus derechos, que transmita lo que sienten sus protagonistas, que reconstruya con una mirada de cronista esa huella migratoria que circula en la sangre y el corazón.

Que cuente una historia que conecte con otros.

Eso es.

Contar historias que conecten

Desde que comencé a reflexionar sobre cómo cubrir el impacto de la migración venezolana hace cuatro años, cuando fundamos el medio digital Historias que laten, la imagen en blanco y negro de mi madre, Ludmila, mis dos tías, Yaya y Tatiana, y mi tío Henry, los cuatro diminutos, viajando en barco acurrucados junto a mi abuela, se me atraviesa de vez en cuando. Cada vez es una imagen distinta, pues nunca he tenido una foto que describa de qué lado del barco se sentaron, cómo era su ropa, si hacía frío. De esos detalles nunca se habló en casa. Sólo sabía que mi abuelo, el chino, era un aviador del ejército que luchó contra Mao y que al caer preso le pidió a su esposa, mi abuela la rusa, que se fuera bien lejos con sus hijos porque los iban a perseguir.

Ellos se habían conocido unos años antes en una fiesta que ofreció una familia acomodada en Siberia, Rusia, de donde era mi abuela Elizabeth. Se enamoraron, y al tiempo migraron a China porque a la familia de mi abuela la estaban presionando para que entregaran sus bienes poco después de la revolución rusa. Entonces mis abuelos se mudaron a Shangai.

Ahora, al escribir estas líneas entiendo, desde este ejercicio racional, por qué me conecto tanto con las historias de migrantes. 

Recuerdo que el primer tema sobre migración que propuse en Historias que laten fue contar casos de familias rotas desde la perspectiva de quienes se habían quedado en Venezuela. Hijos, padres, tíos, abuelos, separados por la distancia geográfica. En ese momento los reportes de agencias internacionales registraban cerca de 2 millones de venezolanos migrantes y la curva migratoria comenzaba a acelerarse vertiginosamente.

Junto a varios colegas, preparamos un esquema ambicioso de cobertura y dimos unos primeros pasos para realizar este trabajo en colaboración con varios medios, pero no logramos arrancar. Un año después, volvimos a impulsar la producción, esta vez girando el enfoque para narrar historias sobre el impacto de la migración forzada en la infancia venezolana, incluyendo una historia de una familia rota.

Consejos para contar una historia honesta, respetuosa, sin filtros ni maquillaje ni etiquetas sobre la migración venezolana.
El limbo de una familia rota. Crédito: Cristian Hernández.

Iniciamos la investigación tras ganar un concurso como mejor Proyecto de Investigación Transnacional del Instituto de Prensa y Sociedad en 2019. Así nació Hijos Migrantes, un proyecto que pronto se convirtió en una unidad de investigación colaborativa entre medios venezolanos (Historias que laten, El Pitazo) y colombianos (La Liga contra el Silencio, Proyecto Migración Venezuela de Semana), con la mentoría editorial de Ginna Morelo, y que lleva cuatro especiales publicados:

  1. El rastro de los hijos migrantes
  2. Inocencia desplazada
  3. La travesía errante de Rafa
  4. Las vidas perdidas de los hijos migrantes

Mirada de marciano

En Hijos Migrantes y otras coberturas sobre la migración venezolana hemos puesto en práctica técnicas del periodismo narrativo para lograr esa conexión genuina con un tema tan difícil, complejo y doloroso. Repasamos las premisas que han guiado nuestra mirada de cronistas por más de una década en varias plataformas periodísticas y en espacios de formación de nuevas narrativas.

Entre esas referencias a las que volvemos antes del trabajo de campo están los apuntes del primer encuentro de Nuevos cronistas de Indias organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (hoy Fundación Gabo) realizado en el año 2008. Porque lo que dijeron varios de los maestros cuando se les preguntó qué es una crónica mantiene vigente nuestra hoja de ruta:

  • La crónica es encontrar extrañeza en lo que se da por sentado (Martín Caparrós, cronista argentino)
  • Es mirar con ojos de marciano (Leila Guerriero, cronista argentina)
  • Es entrar por la cocina, no por la puerta principal (Marcela Turati, cronista mexicana)
  • Es como un espejo retrovisor: las cosas están más cerca de lo que parecen (Juan Villoro, cronista mexicano)

En su ensayo Por la crónica, Martín Caparrós se extiende en su comentario:

“Así escribieron América los primeros: narraciones que partían de lo que esperaban encontrar y chocaban con lo que se encontraban. Lo mismo que nos sucede cada vez que vamos a un lugar, a una historia, a tratar de contarlos. Ese choque, esa extrañeza, sigue siendo la base de una crónica…

El cronista mira, piensa, conecta para encontrar (en lo común) lo que merece ser contado. Y trata de descubrir a su vez en ese hecho lo común: lo que puede sintetizar el mundo. La pequeña historia que puede contar tantas. La gota que es el prisma de otras tantas.

La magia de una buena crónica consiste en conseguir que un lector se interese en una cuestión que, en principio, no le interesa en lo más mínimo”.

Ese enganche, esa sorpresa por una historia mínima, se puede conseguir llegando antes y quedándose un rato después. Como describe Leila Guerriero en su artículo (Del arte de) contar historias reales lo que ella define como la mirada de marciano:

“Para ser cronista hay que ser invisible, tener curiosidad, tener impulsos, tener la fe del pescador -y su paciencia-, y el ascetismo de quien se olvida de sí para ponerse al servicio de la historia de otro.

Ser preciso sin ser inflexible y mirar como si se estuviera aprendiendo a ver el mundo.”

El cronista peruano Julio Villanueva Chang, en su texto El que enciende la luz, cuenta esta anécdota que nos ayuda a ilustrar también esa vocación de ser curioso:

“En un epígrafe ficticio que Juan Bonilla publica en su primer libro de cuentos, dice que cada noche, después de contarles historias a sus nietas, el escritor Somerset Maugham iba hasta la puerta y las miraba una vez más, rendidas al sueño: Sentía allí que un narrador, en el fondo, no es más que eso: el que apaga la luz. Un cronista, por el contrario, vendría a ser el que la enciende.”

Llegar antes, asomarse después de que otros se retiran para ver qué sucede. Encender la luz.

Agacharse a cuatro patas, como un entomólogo, para observar las hormigas mientras otros pasan corriendo, comentó un periodista colombiano que estaba en el público en ese encuentro de Nuevos cronistas de Indias.

Con los cinco sentidos.

Muchos cronistas solemos citar las lecciones que nos dejó el periodista polaco Ryszard Kapuscinski en la relatoría de su taller Los cinco sentidos del periodista, editado por la FNPI (hoy Fundación Gabo), porque nos invitan a profundizar nuestra reportería y el análisis siguiendo este paso a paso: estar, ver, oír, compartir, pensar.  

Llegar antes, asomarse después, agacharse para ver los detalles con los cinco sentidos. Siempre ayuda releer estos apuntes cuando estamos preparando la reportería y la narración de las historias de migración, más si los protagonistas son niños, niñas o adolescentes en situación de vulnerabilidad. Allí, hacemos énfasis a la ene potencia en aproximarnos, desde esa mirada de cronistas, con sensibilidad y empatía al conversar con ellos y con sus familiares.

Obsesión por los detalles

Además de mantener esa capacidad de asombro ante las situaciones intrincadas que atraviesan los migrantes, aunque hayamos visto, leído o escuchado testimonios similares, agregamos al bloc de notas estos tips para tomar en cuenta antes, durante y luego de la reportería:

  • Ojo al detalle: el cronista siempre se fija en los detalles menudos. En la foto familiar que guarda en el bolso, en el cuadro que decora una esquina de la pared, en el titubeo de una respuesta, en el tono de la voz, su estatura, color de piel, de cabello, en el aroma del almuerzo servido en la casa de al lado o en el refugio, en el sonido del río, en el ladrido de un perro desde la otra calle, en los silencios. Esos detalles son los que conectan en una historia. Siempre alertas ante estas a veces imperceptibles apariciones.
  • Quitarse los lentes de sol: para ver lo que está enfrente con colores reales, sin filtros.
  • Olvidarse del grabador: dejarlo encendido y anotar aquellas cosas que no quedarán grabadas (los detalles).
  • De lo particular a lo universal: la historia de cada migrante es única, pero también puede ser espejo de lo que sienten y experimentan muchos migrantes. Una historia de vida suele ser una metáfora de algo universal, así que busquemos esa metáfora en cada historia que estamos contando. Preguntémonos ¿qué representa esa historia? ¿cómo lograr que otros se identifiquen y conecten con esta historia?

Si tuviera que planificar la producción de la crónica sobre la migración de mi abuela rusa y sus hijos chinos hacia Venezuela, tendría que pasar horas conversando con mi madre (que tenía 6 años cuando llegó Caracas y dice que jamás se irá de Venezuela), con mi tía Yaya (que tenía 8 cuando llegó y migró hace tres años a Chile) y con mi tío Henri (que tenía 10 cuando llegó y migró hace 40 años a Alemania). Y aún después de mucho conversar y exorcizar recuerdos, seguro faltarán detalles para reconstruir el recorrido que ellos guardan en su memoria.

Con mi abuela Elizabeth, la rusa, sólo compartí una vez en mi vida, cuando yo tenía 8 años. La visitamos en Australia, donde migró cuando sus hijos cumplieron la mayoría de edad. Y se fue tan lejos porque allá tenía unos primos donde llegar. Falleció poco tiempo después de conocernos, a sus 62 años. Mi tía Tatiana también falleció hace unos años, casi a la misma edad que murió su mamá.

Para contar esta historia tendría –tendré- que ir hasta el terreno donde están las raíces. Emprender un viaje largo, con una primera parada en China para recorrer con mirada de sorpresa la ruta de los Vinogradoff/Tu Chen Sorokin.

Salir al campo

Ir a los lugares donde ocurren las historias para observar el entorno y sus detalles, y mirar a las personas a los ojos, es fundamental. Sin interferencias telefónicas ni pantallas congeladas de zoom. En esto coincidimos todos los que nos dedicamos a este oficio. Hacer territorio dicen los mexicanos, trabajo de campo llaman los colombianos, patear la calle decimos en Venezuela.

Esta práctica básica del periodismo se nos dificultó enormemente durante la pandemia del Covid-19, sin embargo, pudimos salir del confinamiento –con las medidas de biodiversidad de rigor, por supuesto– y cruzar fronteras para contar historias de migración.

Una de las que “pateó la calle” o más bien las riberas de un río para documentar una nueva ruta que tomaron los migrantes venezolanos para llegar hasta los Estados Unidos, en pleno repunte del coronavirus, a mediados del 2021, fue la periodista y cofundadora de Efecto Cocuyo, Luz Mely Reyes. En la cobertura Venezolanos en el Río Grande se expusieron varias aristas de este paso migratorio, con foco en los derechos humanos, un abordaje que la también promotora del proyecto Puentes de Comunicación tiene como norma. Un año después realizó otra cobertura en la que nos unimos en alianza Efecto Cocuyo e Historias que laten, esta vez para contar, en una audiogalería, otro hito del cruce a suelo estadounidense: Washington y Nueva York: el nuevo destino de la migración forzada venezolana[1].

 “Lo más difícil para mí en la reportería de estas historias ha sido cubrir la migración de personas que cruzan frontera en pleno proceso de movilidad y en situación de vulnerabilidad. Allí hay que medir lo que es relevante desde el punto de vista periodístico, y mantener el enfoque, que en mi caso son los derechos humanos. Esto implica respetar a las personas en un momento de vulnerabilidad. Tomar esas decisiones requiere estar muy claro en el enfoque que queremos darle a la historia”. Luz Mely Reyes.

Otro de los periodistas que trabajó reportería de campo durante la pandemia fue el venezolano residente en Colombia, Rafael Sulbarán. Con él hicimos equipo desde la primera entrega de Hijos Migrantes, especial donde contó las historias de niños y jóvenes indocumentados instalados en la ribera del río Arauca[2], expuestos a la explotación sexual y al reclutamiento de grupos armados.

Esa cobertura fue el preludio para una crónica en la que narró dos años después la situación de los menores venezolanos que migran solos, un trabajo que resultó nominado para los Premios Gabo 2022[3]. Aquí comparte su experiencia en distintas coberturas sobre sus coterráneos desplazados:

 “En este trabajo de La Opinión tuve entrevistas complicadas: la de una adolescente de 16 años que vive en La parada y tiene a su cargo 4 niños que no son de ella y su bebé de 9 meses. Me comentó que está resignada a no hacer nada importante en su vida, sino dedicarse a criar a los hijos. En ese momento, hice una pausa y pensé: qué le puedo decir a esta chica. Ese silencio me ayudó a continuar la conversación para darle un mensaje positivo, de seguir adelante. Otra entrevistada fue una chica violada en su paso entre Venezuela y Colombia. No quise ahondar en las sensaciones que tuvo, sino hacerle preguntas muy puntuales, cuando ameritaba”. Rafael Sulbarán

Resumiendo:

  1. Respetar los silencios.
  2. Sacar con pinzas las preguntas.
  3. Dar un mensaje empático durante la entrevista.
  4. Ir al sitio. Rafael Sulbarán rescata lo que recomendó Oscar Martínez en la tercera edición de Puentes de Comunicación: no hay que quedarse encerrado ni hacer periodismo de aire acondicionado, sino ir al sitio para ver, oler, sentir, experimentar.
  5. Escuchar, dejarlos hablar. Muchos vienen de situaciones fuertes y quieren expresarse, drenar, sacar lo que tienen dentro, contar su experiencia. No hay que forzar nada. Si no quieren hablar, respetarle esto y si no quieren que uno esté allí, pues retirarse.

Círculo de confianza

Si algo nos ha enseñado habernos sumergido en las historias de la infancia migrante venezolana es a reforzar los valores humanos con los que hemos crecido y socializado. María Fernanda Rodríguez, una periodista venezolana que también es parte de la unidad de investigación Hijos Migrantes ilustra muy bien cómo lograr esa empatía necesaria al conversar con niños o niñas: agacharse para hablarles a la altura de sus ojos. Ella, como muchas de nosotras, evoca sus técnicas de maternidad al entrevistar a los niños y adolescentes afectados por la migración. El resultado puede sentirse en su crónica Nómadas y sin papeles que retrata la situación de quienes cruzan hacia Colombia vía el Norte de Santander.

Esa misma humanidad puede aplicarse aunque no se tengan hijos.

Como lo hace la reportera Yohennys Briceño, de Historias que hacen, en distintas coberturas sobre el impacto de la migración en niños venezolanos. Cuando desarrollamos la serie #GuiriaDuele[4], en alianza con varios medios venezolanos, sobre el naufragio de dos embarcaciones en altamar hacia Trinidad y Tobago que dejó 41 víctimas en diciembre de 2020, Yohennys pasó esos días de fin de año visitando varias familias en duelo, entre ellas las de 6 niños que quedaron huérfanos porque sus padres murieron en esa tragedia. 

 “No ha sido fácil cubrir la niñez migrante pues es un tema complejo y doloroso. Me ha tocado hacer una pausa para luego continuar. Hablo con expertos para ver cómo manejar la información que tengo. Trato no sólo de hablar sobre su travesía sino de cómo se sintieron en el proceso, quiénes lo apoyaron en el camino. Siempre converso varias veces con ellos, tres o cuatro veces. Así obtengo mejores testimonios pues se sienten más cómodos y en confianza para hablar de lo sucedido. Los niños o adolescentes son personas con derechos, que tienen recuerdos, y si pasaron por momentos difíciles, respetar que sean ellos que cuenten su historia. No tenerles lástima ni hacerles ver la lástima. Hacerlos recordar pero sin revictimizarlos; ese es el mayor reto”. Yohennys Briceño.

Es difícil tanto para quien entrevista como para quien toma fotografías. Por eso le pedimos sugerencias a Lucas Molet, el reportero gráfico que trabajó junto a María Fernanda Rodríguez la historia de los hijos migrantes en Cúcuta:

“Lo primero es dejar la cámara a un lado. Integrarse, ganar confianza, explicarles para qué es la documentación gráfica, y proceder sólo cuando ya están más dispuestos a ser fotografiados”. Lucas Molet.

Hijos migrantes. Crédito: Lucas Molet.

Esa familiaridad es clave cuando quienes protagonizan estas historias han sufrido vulneraciones a sus derechos, han pasado por situaciones de riesgo, traumáticas. Las personas del entorno, la red que conforma ese círculo de confianza, también pueden ayudarnos a establecer esa cercanía necesaria. Esto fue lo que le permitió a la periodista mexicana Claudia Arriaga acceder a los testimonios de las mujeres mayas de Yucatán que huyen a otro país por la violencia de sus maridos. Me voy de aquí para no morir[5] es el título del trabajo que reporteó durante la tercera cohorte de Puentes de comunicación.  

“Trabajé este tema gracias a la red de mujeres que he logrado construir desde algunos años. Aquellas que me han confiado sus historias y me han puesto en contacto con otras mujeres. Tenemos que voltear a ver las historias mínimas, a las que a veces no le prestamos atención porque damos mucha voz a los datos oficiales, a las cifras, a los funcionarios públicos. Descubrimos historias magníficas cuando nos sentamos a escuchar lo que han vivido, sus motivos para migrar, para salir huyendo para salvar su vida. Hay que hacer territorio, mucho trabajo de campo, y apoyarse en las redes. Desarrollar una relación de confianza pero sin crear falsas expectativas, sin prometer más de lo que podemos ofrecer como periodistas”. Claudia Arriaga.

+            tips de reportería

  • En la investigación: identificar derechos vulnerados y buscar datos que reflejen la dimensión del problema
  • Buscar casos que representen el foco que se va a contar y las aristas del problema.
  • Hablar con los familiares, luego con los niños. Dejar claro cuál es el propósito del trabajo y dónde se va a difundir. Que sea una conversación, más que una entrevista.
  • Tratar cada caso desde el respeto, con sensibilidad y empatía. Escuchar con atención. Escuchar, hacer pausas, escuchar.

El contexto, la dimensión

Cuando mi abuela migró con sus hijos a Venezuela en 1956, gobernaba el general Marco Pérez Jiménez. Eran tiempos de dictadura, pero con una política de puertas abiertas a la migración europea y asiática. La colonia china en ese entonces era de unas mil personas, de las cuales la mitad vivía en Caracas y el resto en el interior del país. El año en el que llegaron los Vinogradoff/Tu Chen Sorokin también ingresaron 250 chinos más, tal como refiere el profesor Norbert Molina en su investigación La inmigración china en Venezuela (1859-1960), una cifra minúscula al lado de los más de 900 mil inmigrantes que ya se contaban a fines de los ‘50, principalmente italianos, españoles y portugueses.

Era la época de una de las grandes olas migratorias en las que Venezuela fue país receptor.

Los números, los datos, aunque sabemos que en solitario carecen de química, cumplen su función para explicar la dimensión de la historia que estamos contando. La crónica, recordemos, es un género del periodismo interpretativo y se nutre del contexto para que podamos ofrecer respuestas a causas y consecuencias.

Si acompañamos estas cifras de voces, rostros que aún en anonimato nos dibujen la vivencia que caracteriza a un grupo, entonces ese relato seguramente será poderoso.

Vidas perdidas Hijos Migrantes. Créditos: Betania Díaz.

Jonathan Gutiérrez, editor de Historias que laten, se ha especializado en escudriñar e interpretar bases de datos, cruzar estadísticas, sacar promedios y totales, y al combinar estos hallazgos con las crónicas y testimonios del trabajo de campo, resulta el mejor de los mestizajes. Estos reportajes potenciaron la fuerza de las historias en las dos primeras temporadas de Hijos Migrantes: Errantes en contexto y El vaivén del desarraigo.

En otro trabajo investigado en el marco de la tercera edición de Puentes de Comunicación, logró reconstruir, a partir de un registro minucioso de datos, cómo murieron ocho niños venezolanos en distintas rutas migratorias en América Latina y Estados Unidos. En memoria: Las vidas perdidas de los hijos migrantes

“Los datos son esenciales en la cobertura sobre la migración venezolana. La migración forzada ha sido tan reciente, abrupta, acelerada y masiva que representa aún un fenómeno inédito en la región.

Ofrecer un contexto permite entender las causas de este desplazamiento y las motivaciones de tantos, que deciden dejar sus hogares, traspasar fronteras y buscar un mejor destino, a pesar de la precariedad de su tránsito.

Datos y contexto ayudan a combatir la desinformación sobre los migrantes y refugiados, a cambiar las narrativas que estigmatizan, y a mostrar la migración con una perspectiva de derechos humanos”. Jonathan Gutiérrez.

Y atención:

“Cuando uno trabaja con datos y cifras, el reto es cómo hacer una cobertura en donde haya algo relevante periodísticamente pero que no active los marcos de la xenofobia, la invasión, la ilegalidad, la desinformación”. Luz Mely Reyes.

Pasar la película

Sobre la mesa tenemos: reportería en el terreno, apuntes, detalles, testimonios, datos, contexto. Ahora toca narrar y recrear las escenas que vivieron los migrantes de nuestras historias. Pasar la película -de no ficción- o fragmentos que nos ayuden a armar el rompecabezas.

Las escenas aparecen entonces como uno de los recursos más efectivos para que el lector, la audiencia, vea, sienta, escuche, huela lo que documentamos durante el trabajo de campo.

Las escenas son unidades de acción, tiempo y espacio, lo que pasa en un momento en un lugar. Donde suceden cosas que como cronista presenciamos o que podemos reconstruir a través de testimonios bien logrados.

Pensemos cinematográficamente, visualmente. En primeros planos, planos medios, planos generales.

Mostrar, más que decir.

¿Qué hay en las escenas?

  • Conversaciones (diálogos).
  • Acciones relacionadas con los personajes interactúan.
  • Descripción del lugar u otros elementos que muestren esa acción.
  • Imágenes.

La crónica El limbo de una familia rota que contamos a cuatro manos entre la periodista y editora colombiana Ginna Morelo y yo para el especial El rastro de los hijos migrantes, arranca con una escena:

Los niños saltan del mueble al piso, y del piso al mueble. Están en casa de los abuelos, fastidiados, porque tampoco fueron a la escuela hoy. Leo, el mayor, el que tiene siete años, se distrae con la televisión. Yeison, a quien llaman Coco, Coquito, el de cinco, y Leidi, de cuatro, se trepan en el descanso de la ventana para ver, aferrados a la reja, cómo la vecina limpia la entrada del rancho. Yulismar, la de 10 meses, acaba de despertarse de su siesta. Hay mucho alboroto. La señora Carmen, la abuela de todos, corre al cuarto para atenderla.

—Ay mija. Esto es terrible. Desde hace días estoy mala de la espalda (tiene cuatro hernias y dos discos desgastados) y no pude lavarles los uniformes. Es que tampoco tenemos agua. Desde hace un año que no llega agua por las tuberías, y mi esposo, ay, menos mal que él me ayuda mucho, no ha podido ir a buscar agua donde el Mochito. A veces vamos a buscar agua allá donde el vecino, subiendo y cruzando por donde las monjas, dos garrafas. Son varias cuadras pero mi esposo va de a poquito.

Carmen aparta a sus nietos para señalar desde la ventana dónde queda la casa del Mochito. Es allá donde buscan dos, cinco, diez litros de agua, lo que alcance cargar su esposo, si acaso una vez por semana. Tratan de mantener esta rutina para poder cocinar algunas arepas al día y, cuando tienen, una pasta para rendir los alimentos de los nuevos miembros de la casa: los cuatro nietos que viven con ellos desde que la mamá de los niños emigró a Colombia hace cinco meses, en septiembre pasado.

La descripción también tiene su fortaleza

Retomemos la primera inspiración del periodismo narrativo, antes del cine: la literatura. Con la figura literaria de la descripción podemos recrear lo que Yohennys Briceño observó cuando visitó la casa de los niños huérfanos de Güiria:

La fachada de la casa de Raúl y sus hermanas, las gemelas Laura y Luisa, quedó sin terminar. Una estructura de bloques grises cubierta de un techo de zinc sugiere que estaban construyendo un porche en la entrada, antes de la partida de su padre a Trinidad y Tobago, y de la muerte de su madre en el naufragio de diciembre pasado. El interior de su vivienda en Güiria es estrecho: apenas cabe una cocina pequeña, una nevera y una lavadora. No se ve comedor ni muebles. Pero en cada una de las dos habitaciones, hay una cama grande.

—Las niñas dormían con su mamá y su papá, y el niño en el otro cuarto —dice Mariela, la tía materna de las dos pequeñas y del chico.

En aquella casa situada en la calle El Juncal, vía principal de este pueblo de la costa de Sucre, en el oriente de Venezuela, los tres hermanos, Raúl, de 14 años, Laura y Luisa, de 7, vivían con sus padres hasta que la migración los separó. El papá, de 34 años, se fue a Trinidad a finales de octubre del 2020 y su mamá, en un intento por seguir sus pasos, perdió la vida en el naufragio del peñero Mi recuerdo que partió de las costas de la Península de Paria con destino a Chaguaramas, en la isla antillana, el 6 de diciembre.

—Mi hermana decía que iba a trabajar a Trinidad para terminar de arreglar la casa para sus hijos. Pero no lo logró —cuenta Mariela sollozando.

Atreverse a innovar

La provocación creativa es de lo que más disfrutamos en el proceso de producción de una historia. En eso sé que sintonizamos Ginna Morelo y yo. Lean esta anécdota: a dos semanas de lanzar el especial El rastro de los Hijos Migrantes, después de seis meses de preparación y ya exhaustos por la carpintería editorial final, Ginna me propone por teléfono:

 —¿Y qué tal si creamos una canción para el especial? Buscamos unos músicos que quieran componer un tema que acompañe a las historias.

—¿Quéeeeee?, grité. Okey. Faltan dos semanas, pero vamos. Quién dijo miedo.

Enseguida llamé a Jonathan Gutiérrez y quedamos eléctricos con esa idea. Contactamos a una cantautora conocida, dijo que no podía. A un periodista músico y compositor, dijo que no podía. Entonces Jonathan sugirió:

—Voy a tratar con Anakena. Lo peor que puede pasar es que también digan que no.

Pero sorpresa, respondieron enseguida el mensaje vía whastApp (enviamos mensajes a las 9 de la noche de Caracas, sin saber que ellos habían migrado a España, donde eran las 3 de la madrugada).

Les encantó la propuesta. Enviamos a Santiago de la Fuente y Mikel Maury las cinco crónicas que acabábamos de editar para que se inspiraran, y en menos de tres días, recibimos la canción instrumental, y a los cinco días, la letra y música de Errante

Así fue como logramos fusionar periodismo con arte y música en una pieza transmedia que resultó ser el valor diferenciador del especial. Daniela Dávila y su equipo del estudio creativo LUDA diseñaron un video lírico animado[6] que hace que esta canción sea también una historia que conecta.

Las historias que vienen

Especial #GuiraDuele. Crédito: Manuel Rodríguez.

De las conversaciones con colegas y editores sobre qué historias sumar a la biblioteca sobre migración latinoamericana de esta década surgió esta lista, que podemos ir ampliando en cada encuentro y guía sobre el tema:

Jonathan Gutiérrez: La migración como punto de encuentro con el otro, de sincretismo, de intercambio cultural, de mezcla, de reconocimiento del que llega y del que recibe, de convivencia cotidiana, de construcción -en presente- de nuevas identidades con énfasis en la riqueza sociocultural y las oportunidades que esto representa.

Claudia Arriaga: Prestarle más atención a los municipios indígenas y el vacío de justicia que existe.

Lucas Molet: Visibilizar más los problemas de salud mental de los migrantes. He encontrado migrantes que no saben qué hacer con sus traumas, si viajan solos es más difícil, son rechazados por el sistema.

Yohennys Briceño: Contar más sobre el insilio, pues es consecuencia de la migración.

Yohennys Briceño: Hablar más de la migración marítima desde sudamérica hasta centroamérica. En esas rutas no hay organizaciones en medio del mar que ayuden a los migrantes si algo sale mal.

Rafael Sulbarán: Contar más historias de los que se quedaron (en Venezuela).

Rafael Sulbarán: Y de los que están echando raíces en los lugares de destino. Historias de la integración desde el lado positivo.

Luz Mely Reyes: La atención de salud para los migrantes con enfermedades crónicas en países de tránsito. Siempre me pregunto cómo hace alguien que migra en condiciones de vulnerabilidad para acceder a la salud.

Luz Mely Reyes: Nos movemos en dos extremos: en la porno miseria o en la exageración del éxito de una persona. Creo que hace falta contar cómo se integran los migrantes a su cotidianidad. Porque nosotros cubrimos lo que sucede en un instante, la fotografía de un momento, pero no es la película completa. Sería interesante darse el tiempo para explorar esa película más completa.

Antes de terminar, quiero contarles por qué mi segundo apellido en realidad no es Vinogradoff sino Tu Chen. Después de que mi abuelo chino le rogó a mi abuela que huyera de Shangai con su familia, alguien le comentó que unas personas estaban ayudando a quienes necesitaran salir de allí. Así llegó hasta las oficinas de Acnur, la organización para refugiados de la ONU, y le dijeron que había un país llamado Venezuela que estaba recibiendo migrantes. Al preguntarle el apellido de sus hijos, prefirió que no quedara registro por si los perseguían. Tradujo en su imaginación que Tu Chen significaba tierra del vino, y que eso en ruso equivalía a Vinogradoff. Por eso las tres niñas y su hermano mayor se sacaron la cédula venezolana con dos apellidos rusos, el de su padre traducido, Vinogradoff, y el original de su madre, Sorokin.

Mi verdadero nombre es Liza López Tu Chen.

Para la biblioteca virtual

LIBRO Pistas para contar la migración: investigar historias en movimiento. ediciones Consejo de Redacción, 2019. Enlace: https://consejoderedaccion.org/webs/Pistas-Migracion/

MANUAL Cómo comunicar la migración venezolana en Colombia, edición Fundación Gabo. Enlace: https://drive.google.com/file/d/17rj0H7NqVR7f-wBD6OYHrc0yU5D9QNRD/view

LIBRO 70 años de historias de migrantes, editorial Cyngular, biblioteca Digital Banesco. Enlace: https://www.banesco.com/somos-banesco/colecciones/periodismo/70-anos-de-historia-de-migrantes

Enlace a Venezuela Migrante https://efectococuyo.com/category/venezuela-migrante/

Enlace a La vida perdida de los hijos migrantes https://www.historiasquelaten.com/especiales/las-vidas-perdidas-de-los-hijos-migrantes/

Enlace a https://www.historiasquelaten.com/naufragos-dentro-de-guiria/

Enlace a Río grande, la migración caudalosa de José, alianza Historias que laten y Efecto Cocuyo https://www.historiasquelaten.com/rio-grande-la-migracion-caudalosa-de-jose/


[1] Enlace a Washington y Nueva York: el nuevo destino de la migración forzada venezolana, alianza Historias que laten y Efecto Cocuyo  https://www.youtube.com/watch?v=jlnoC5hdq40&t=16s

[2] Enlace a Arauca, ribera al acecho, crónica de Rafael David Sulbarán http://hijosmigrantes.com/temporada1/arauca-ribera-al-acecho/

[3] Enlace a Menores no acompañados, las víctimas invisibles del éxodo venezolano en Norte de Santander https://www.laopinion.com.co/especiales/menores-no-acompanados-victimas-invisibles-del-exodo-venezolano

[4] Enlace a Serie #GuiriaDuele, alianza Historias que laten, Efecto Cocuyo, Crónica Uno, Radio Fe y Alegría https://www.historiasquelaten.com/los-huerfanos-de-guiria/

[5] Enlace a “Me voy de aquí para no morir”: Mujeres mayas de Yucatán que huyen de la violencia de género, reportaje de Claudia Victoria Arriaga Durán https://proyectolibres.org/2022/09/me-voy-de-aqui-para-no-morir-mujeres-mayas-de-yucatan-que-huyen-de-la-violencia-de-genero/

[6] Link del video de Errante: https://youtu.be/8ydrpzFQdT4


Liza López Vinogradoff | Venezuela

Periodista/editora egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y profesora de periodismo de la Universidad Central de Venezuela. Cuenta con 25 años de experiencia como reportera y coordinadora editorial en medios nacionales y corresponsalías. Fundó en el año 2007 la Revista de crónicas Marcapasos y en la actualidad es directora/editora del medio digital independiente y escuela de cronistas www.historiasquelaten.com. Tiene una especialización en edición de revistas del Centro profesional para periodistas de París y en Sociología de América Latina del Instituto de Estudios Latinoamericanos. Es una promotora de la crónica y formadora de cronistas, así como coautora y editora de varios libros de crónicas: Desvelos y Devociones, El pulso y alma de la crónica (Ediciones Bigott 2007), Se habla venezolano (Ediciones PuntoCero 2010), Antología de crónica latinoamericana actual (Ediciones Alfaguara 2012), 70 años de crónicas en Venezuela (Ediciones Cyngular 2015).